Alimentación sostenible, saludable y los ODS

En el 2015, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible que incorpora 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)

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Una agenda en la que los diferentes objetivos están interrelacionados entre sí; la forma en que se trabaje sobre uno de ellos incidirá en posibles avances o retrocesos en otros. La alimentación sostenible es uno de los temas que aparecen en medio de la tupida red de objetivos y metas de la Agenda 2030.

El desafío de la alimentación sostenible

Aunque en todo el proceso de gestación han estado muy presentes los desafíos relativos a las cuestiones medioambientales, la Agenda 2030, como agenda de desarrollo sostenible, incorpora las tres dimensiones de la sostenibilidad –económica, social y medioambiental– de una manera integrada e interrelacionada.

Según los expertos del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de Naciones Unidas, para que un sistema alimentario -actores, recursos, procesos, actividades relacionadas con la producción, la elaboración, la distribución, la preparación y el consumo de alimentos- sea sostenible tiene que garantizar la seguridad alimentaria y la nutrición para todas las personas en el momento presente de tal forma que no se pongan en riesgo las bases económicas, sociales y ambientales que permitan proporcionar seguridad alimentaria y nutrición a las generaciones futuras.

Si analizamos los sistemas alimentarios desde el punto de vista de la sostenibilidad medioambiental, descubrimos que en las últimas décadas una parte significativa del incremento de producción agrícola y ganadera se ha conseguido a través de prácticas que tienen un muy negativo impacto medioambiental: contaminación de suelos y aguas, incremento de las emisiones de CO2 asociadas a los trabajos agropecuarios, pérdida de biodiversidad, deforestación, etc. Además, la realidad de tantos alimentos que deben viajar miles de kilómetros antes de llegar a nuestra mesa, agrava este mal balance ambiental. Otras formas de explotación agropecuaria más amigables con la conservación de los recursos naturales ‒agricultura familiar y campesina con enfoque agroecológico, apoyo al comercio local de alimentos, consumo de productos de temporada y de proximidad‒ ha tenido mucho menos apoyo.

Desde un punto de vista económico, esta forma de producir y consumir alimentos va socavando las propias posibilidades de seguir produciendo, por lo que, a largo plazo, es también económicamente insostenible. Y la forma de articular el consumo de alimentos en estos sistemas alimentarios globalizados lleva a la enorme paradoja de que una tercera parte de los alimentos producidos para consumo humano se pierden; en el caso de las economías desarrolladas, la mayor parte de esas pérdidas hay que etiquetarlas de desperdicio alimentario, que, además de tener un terrible impacto medioambiental, tiene también un importante costo económico ‒si incorporamos las externalidades, ¡aproximadamente 2 billones de euros al año!‒ y contribuye a la subida de precios de los alimentos a nivel global.

Todos estos aspectos inciden negativamente en una alimentación sostenible. La preocupación en torno al carácter saludable de los actuales sistemas alimentarios ha ido creciendo en los últimos años, a la vista de que en la actualidad sigue habiendo más de 820 millones de seres humanos en situación de hambre (las cifras han crecido en los últimos tres años), en torno a 2.000 millones que sufren hambre oculta (carencias de micronutrientes) y otros 2.000 millones más con sobrepeso y obesidad

La alimentación sostenible, en la Agenda 2030 de Naciones Unidas 

El desafío de avanzar hacia sistemas alimentarios sostenibles ha sido incorporado en la Agenda 2030. El ODS 2, que nos habla de poner fin al hambre y a todas las formas de malnutrición, incorpora algunas metas que tratan específicamente sobre la sostenibilidad de los sistemas de producción de alimentos, sobre el mantenimiento de los ecosistemas, sobre la adaptación al cambio climático, sobre la mejora de la calidad de los suelos, sobre la conservación de la biodiversidad, etc.

También otros objetivos plantean desafíos relacionados, como la reducción del desperdicio alimentario (ODS 12.3), hacer sostenible la explotación pesquera (ODS 14.4 y 6), preservar los ecosistemas terrestres y luchar contra la desertificación (ODS 15), entre otros. La sostenibilidad de nuestra alimentación tiene también relaciones con la gestión del agua y la energía, con la situación de salud, con la igualdad de género, con el empleo decente, etc. La manera en que se enfoquen todos estos objetivos repercutirá en las posibilidades de acabar con el hambre y con todas las formas de malnutrición.

Y, en el otro sentido, para conseguir logros en el conjunto de los ODS es necesaria una transformación del sistema agroalimentario de forma que se vaya orientando hacia dietas saludables y sostenibles, involucrando a todos los actores de la cadena alimentaria, desde la producción hasta el consumo. Las dietas más adecuadas para nuestra salud pueden ser también las más adecuadas para la salud del planeta y para avanzar en la agenda de la sostenibilidad.

 

José Mª Medina Rey, director de Enraíza Derechos (antes PROSALUS) y profesor de la Universidad Loyola Andalucía